Un paraíso mar adentro (Relato)

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Por Lázaro David Najarro Pujol

Mi uniforme está mojado y frío. Amanece, y el amanecer nos proporciona una imagen perfecta de estos parajes marítimos. El cielo y el mar se confunden en el horizonte. Subo al puente de mando por las escalerillas humedecidas. Todos los camarotes están ocupados por la tripulación. El marinero de guardia, un mulato fuerte de hablar pausado, está firme en el puesto de mando. Con las manos tercas y fuertes sujeta el timón.

– ¿Qué van a hacer en Cayo Largo? –pregunta.

–Vamos a realizar prácticas de marinería.

– ¿Prácticas de marinería? ¿Y qué edad tú tienes, muchacho?

– En diciembre cumplo 15 años.

– ¿Tú no eres de aquí de La Habana, ¿verdad?

– No, no, yo soy de Santa Cruz. ¿Oiga, usted conoce a Ezequiel?

– ¿Ezequiel?

– El mecánico del taller de Cayo Largo.

– ¡Ah, sí! Él está, temporalmente, reparando los motores de unas embarcaciones de la Coloma.

– Él es mi hermano. Nos vamos a conocer —le digo con entusiasmo.

– ¡Qué bueno, muchacho! Precisamente, anoche él estaba en el Surgidero.

– Sí, me dijeron que esperaba, pero el ómnibus nuestro se retrasó.

– Mira, dile a tu compañero que se aparte de la baranda del barco que puede caer al mar.

Es Miguel Aragón que intenta atravesar de popa a proa por encima de la baranda de estribor como si fuera un malabarista. Miguel escucha al Timonel y desiste. Un instructor le llamó la atención.

–No lo vuelvas a intentar. ¿No le basta con el susto de Miguelón?

Permanecemos en silencio unos segundos mientras el barco navega por las tranquilas aguas del golfo.

–Te doy un voto de confianza. Toma el timón y sigue ese mismo rumbo. Guíate por aquellos cayos.

– ¡Bárbaro! ¡Bárbaro!

– ¡Mantén el rumbo!

Apunta hacia la brújula el rumbo exacto que yo debo seguir.

– En lo que tú estás en el timón, déjame organizan aquellos cabos que están sobre el puente de mando.

Mira hacia el suroeste y me advierte.

–Oye, estudiante, te estás desviando mucho. Debes prestar más atención. Unos metros más y encallamos. ¡Cuidado! ¡Cuidado!

–Descuide, compañero, es una ola.

–Oye, pensé que habías rozado un bajo.

–No la ola me haló a estribor. Oiga, parece que aquí generalmente reina una excelente brisa.

–Excepto en la temporada ciclónica, pero el resto del año el mar está en calma.

La travesía se realiza sin la presencia de grandes oleajes, debido a la existencia de esos bajos fondos y la leve intensidad de las corrientes marinas.

–Óigame compañero ¿Usted lleva muchos años aquí?

–Yo me crié en la mar. Esto representa mi propia vida. Aquí, en este barco, paso la mayor parte del tiempo.

Para disgusto mío, al poco rato el marinero toma nuevamente el timón y abre el rumbo unos grados más al Este.

–Muchacho, las profundidades del mar alrededor de estas cayerías tienen desde medio metro hasta unos doce o más, aunque al centro del Golfo de Batabanó oscila entre los 6 y 7 metros –me explica.

– Si, en la escuela nos informaron que las corrientes del Mar Caribe, en los laberintos, han formado canalizos blancos. Y que sus fondos se ven con facilidad desde cualquier embarcación, porque toda el agua de los Canarreos es así: transparente.

– Mira a proa… Una mancha de tiburones. ¿La ves?

– Sí, sí, se ven. Parece como si juguetearan con la proa de El Patao.

– ¡Mire ya se alejan! ¡Mire, mire como se hunden en el mar!

Algo me llama la atención.

– ¡Compañero, miré al suroeste!

– Esos son delfines, que siguen nuestro rumbo.

– ¡Oiga, qué ligeros son!

Juguetean en proa. El sol de la mañana se refleja en sus aletas que son como alas. Semeja toda una representación danzaría, como si nos dieran una amistosa bienvenida. Las aves marinas, de vistosos plumajes, completan el espectáculo. Tocan con el pico las suaves olas en busca de alimentos. Aves y animales acuáticos danzan con armonía.

–Es un encanto que nos regala la naturaleza en este pacifico mar. –Digo.

– Es un paisaje único –responde el pescador.

Me enseña un mapa. Está identificada como una zona que cautiva por la presencia de arrecifes de cresta, principalmente en las aguas profundas o en el mar abierto.

– La acción de esa barrera coralina, que crece hacia arriba a una altura de dos o tres metros, actúa como una coraza natural que rompe las olas que se desplazan hacia la costa del Surgidero –dice.

– Hay que ver lo grande que es la naturaleza.

– Son esos corales los que hacen tan hermoso el Archipiélago de los Canarreos. En estos mares del sur es frecuente localizar el arrecife de Nirvana. ¡Mira, con tus propios ojos! ¡¿Es lindo, verdad?!

En el curso de la travesía nos hemos encontrado con una inmensa ciénaga cubierta de pintorescos cayos y mangles de diferentes variedades. Aún es temprano. El timonel señala hacia el horizonte un punto oscuro y poco visible por la distancia que nos separa de él.

–¿Puedes ver aquel cayo?

–Por supuesto que sí. ¿Qué lugar es ese? –pregunto.

–Cayo Largo –responde el piloto –. Pues hacia él nos dirigimos.

Dentro de dos horas estaremos allá.

En el horizonte observo con insistencia una edificación.

– ¿Qué mira usted, muchacho?…

– Me llama la atención aquella torre –le contesto.

– Es un tanque elevado para almacenar agua y una especie de Jardín Botánico –repuso el timonel.

En la medida que avanzamos, Cayo Largo del Sur se observa con mayor facilidad. A lo lejos está la inmensa torre rectangular que emerge entre la vegetación.

– Ahora se ve mejor la torre. Parece como si trepara entre los pinares.

– ¿Ya estamos cerca, verdad?

–Al mediodía atracaremos en el muelle. Por estos canalizos es más difícil navegar.

–Sabes. Me recuerda en algo a Las Doce Leguas, en el sur de Camagüey.

– Claro. Yo estuve por allá hace pocos meses. Es muy linda aquella zona.

El canalizo parece como si se perdiera en el horizonte. Algunas ramas de mangle rojo son arrastradas de sur a norte.

– ¡¿Pero qué es esto?! –digo anonadado.

– Es verdaderamente un paraíso. ¡Todo es tan hermoso!

– ¡Es bellísimo ¿Qué distancia hasta aquí?

– Unas 93 millas náuticas ¿Lo conoces?

– No. ¡Jamás! Ni me lo había imaginado así, tan bello.

– Le recomiendo que recorra todo el islote.

– ¡Seguro! Claro que lo recorreré.

La máquina de El Cárdena ronronea fuertemente. El timonel pone la marcha atrás y la banda de estribor topa en el muelle de madera y troncos de yuraguana.

Fuente: Muchachos en los Canarreos