“Acabaran de una vez los cabildeos, las demandas que humillan, Cuba no tiene otro camino que conquistar su redención, arrancándosela a España con la fuerza de las armas”
Diciembre, 2023.- Ignacio Agramonte Loynaz vio la luz por vez primera en villa señorial el 23 de diciembre de 1841, hace 182 años, durante una navidad que parecía augurarle una existencia venturosa y tranquila en Santa María del Puerto del Príncipe (Camagüey), pero aquel recién nacido tendría un destino muy diferente cuando años después decidió consagrarse a la independencia de su Patria al ceñirse la estrella que ilumina y mata.
Su madre fue María Filomena Loynaz y Caballero, heredera de una significativa fortuna, y el padre Ignacio Agramonte Sánchez Pereira pertenecía a una familia de abogados ligados a las más importantes riquezas de la región.
Transcurridos unos años, la ciudad de la infancia de Ignacio se estremeció en 1851 cuando el patriota Joaquín de Agüero, figura muy conocida y querida en la comarca por sus iniciativas sociales y culturales, se alzó en armas contra la metrópoli y fue aprehendido, juzgado y fusilado públicamente junto a tres de los insubordinados.
La conmoción ante el crimen de Agüero y sus compañeros hizo que mujeres patriotas se cortaran el pelo y los hombres vistieran de negro, en protesta por la ejecución. El sacrificio de aquellos mártires caló muy profundamente en las ideas independentistas que conllevarían al grito de independencia de 1868, al que se sumarían los camagüeyanos.
Con el paso del tiempo se tejió la leyenda de la presencia de Agramonte en el lugar del suplicio, donde mojó un pañuelo en la sangre del patriota y juró vengarlo, hecho muy poco probable por el cerco que tendieron las fuerzas coloniales al acceso a la zona y sobre todo vedado para un pequeño de apenas 10 años.
Pero de seguro el ejemplo de Agüero debió tener fuerte influencia sobre la familia Agramonte Loynaz, nada afín a España, y sobre el niño que se formaba en la aplicación al estudio y que en la adolescencia practicó esgrima, equitación y tiro en cacerías en las extensas llanuras, que lo prepararían física y mentalmente.
Los padres, velando porque tuviera una completa formación, lo enviaron a Barcelona donde completó su segunda enseñanza y regresó para ingresar en la entonces pontificia Universidad de La Habana, de la cual egresó en 1867 como Doctor en Leyes.
Aunque antes puso en serio peligro su futuro como abogado en la defensa de su tesis, en la que denunció los males del régimen colonial y el derecho de los cubanos a un gobierno propio, ante lo cual autoridades del centro dijeron que de conocer su contenido con anterioridad no hubieran permitido la graduación de Agramonte.
Así, aquel joven abogado regresó a su tierra natal y el primero de agosto de 1868 contrajo matrimonio con el amor de su vida, Amalia Simoni, quien además de compartir su abolengo también coincidía con los ideales independentistas y las actividades conspirativas junto a los patriotas de Camagüey que se alzaron el 4 de noviembre de 1868, en el paso del río Las Clavellinas, a 13 kilómetros de Puerto Príncipe.
Ignacio Agramonte no estuvo en Las Clavellinas porque se encontraba realizando tareas conspirativas en la ciudad, pero el 11 de noviembre se alzó en el ingenio El Oriente, cerca de Sibanicú.
Recoge la historia que asistió a la cita con la Patria vestido con camisa roja de rayas, uno de los primeros regalos de su esposa Amalia, quien lo acompañaría a la manigua hasta que fue detenida por los españoles y deportada.
El alzamiento de Camagüey obligó al mando español a redefinir su estrategia dirigida a sofocar la insurrección en la zona oriental, contando con el resto de la Isla como retaguardia segura y proveedora de los recursos económicos necesarios provenientes principalmente de la industria azucarera.
En poco tiempo el joven abogado se destacó por su gran capacidad combativa, y por su radicalidad y pensamiento político sería una figura fundamental para la consolidación de la primera gesta libertaria iniciada aquel 10 de octubre de 1868, con la cual se iniciaron los cien años de lucha del pueblo cubano por alcanzar su verdadera independencia nacional.
El prócer se opuso a la claudicación y proclamó en los momentos de definición “acabaran de una vez los cabildeos, las demandas que humillan, Cuba no tiene otro camino que conquistar su redención, arrancándosela a España con la fuerza de las armas”.
Tuvo contradicciones con el presidente Carlos Manuel de Céspedes por desavenencias en las formas de dirigir la lucha, sin embargo, eso no quebró la unidad de las filas independentistas, ni evidenció ninguna ambición de poder. Y para no dejar dudas le salió al paso a los comentarios y tajante sus subordinados: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!”.
El Mayor, apelativo con el que se le denomina, cayó en combate el 11 de mayo de 1873 en los Potreros de Jimaguayú. Tenía entonces solo 31 años y a golpe de valor, audacia y gran talento como estratega y organizador militar se había erigido como uno de los jefes principales de la Guerra de los Diez Años y merecido un lugar dentro de la inmortalidad en la historia patria.
José Martí en su artículo Céspedes y Agramonte realizó el definitivo juicio sobre estas dos figuras cimeras de nuestras gestas por la independencia al decir: “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud (…). El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya”.
(ACN)