El tortuoso camino de la Villa Principeña

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Febrero, 2022.- El 2 febrero de 1514, en el cacicazgo de Mayanabo (Punta de Guincho) se reúnen Diego de Ovando y un grupo de jinetes que habían marchado por tierra desde Jagua (Cienfuegos), junto a cuarenta hombres que arribaron por mar con víveres, armas, herramientas y útiles de pesca, procedentes de la villa primada de Baracoa.

Ambos grupos tenían la encomienda del Gobernador General Diego Velázquez para fundar una villa con su Ayuntamiento e Iglesia Parroquial y viviendas construidas por los aborígenes con yagua y guano como sus bohíos.

“…reunidos todos y bajo la misma cruz que allí plantó el Almirante el 18 de noviembre de 1492, se procedió a la fundación de la villa, con el ceremonial de costumbre”, asegura Jorge Juárez Cano, en su libro Apuntes de Camagüey.

Dos años después, se suma otro grupo, integrado esta vez por hombres mujeres y niños. El punto costero era bueno para la defensa ante cualquier contingencia y el comercio, pero adverso en las condiciones de vida por las plagas, falta de agua y un terreno infértil.

La villa adquiere, entonces, la cualidad andariega cuando viaja en hombros de los colonizadores hacia una llanura bañada por el río Caonao. Sin embargo, las relaciones con los indocubanos del cacicazgo no fueron cordiales por la explotación a que fueron sometidos, los nativos se sublevan, atacan y queman el segundo asentamiento.

Tras una macha forzada, los españoles sobrevivientes llegan a una tierra prometedora, situada entre los ríos Tínima y Hatibonico. La zona era conocida por los aborígenes con el topónimo Camagueybax. Su cacique los recibe de buena gana y facilitó alojamiento, agua, leña y provisiones.

En esa región se establece definitivamente una de las primeras siete poblaciones fundadas por los conquistadores españoles en Cuba y en América. Las buenas tierras de este lugar distante del mar, casi al medio de la Isla, facilitaron además de la explotación minera del oro, el desarrollo de la agricultura y sobre todo la ganadería.

Ya en el año 1741, la villa de Santa María del Puerto del Príncipe contaba con 13 000 habitantes y en cierta manera habían mejorado las condiciones constructivas de las viviendas y otras edificaciones gubernamentales y religiosas. Desde entonces está presente el singular trazado de las calles estrechas y sinuosas que enlazan plazas y plazuelas, característica del actual centro histórico de la ciudad.

Durante la temporada de sequía mermaban, igualmente, las reservas de agua en el nuevo asentamiento y cuatro décadas después, un grupo de alfareros inician la fabricación de vasijas de barro rojo, semejantes a las clásicas andaluzas. Durante siglos, los habitantes han apreciado la existencia de los tinajones, los cuales han tejido sus propias leyendas y hasta la singular frase amistosa “Quien tome agua de tinajón, se queda en Camagüey.”

El distrito de Puerto Príncipe es el que merece mayor cuidado pues es innegable que las ideas de independencia […] es allí donde fermentan a algunas cabezas… Leopoldo O’Donnell (1845)

Los “príncipeños” también jugaron un papel fundamental en el sentimiento del criollo y los sueños independentistas que luego se transformaría en la nacionalidad cubana.

La destacada profesora e historiadora camagüeyana, Elda Cento Gómez (1952-2019) destaca que fue Puerto Príncipe uno de los escenarios claves de la rebelión de José Antonio Aponte y los proyectos de la sublevación que Joaquín de Agüero y sus compañeros decidieron iniciar en San Francisco de Jucaral, donde redactaron y aprobaron una declaración de independencia.

Las luchas independentistas tuvieron como paradigmas a Salvador Cisneros Betancourt, quien llegó a ser presidente de la República en Armas, y a Ignacio Agramonte Loynaz que alcanzó los grados de Mayor General en la Guerra de los Diez Años, al frente de la caballería mambisa que era el terror de los soldados españoles.

(Adelante)