El Casino Campestre, espacio consentido, entre los principales destinos turísticos de la ciudad. Por los daños de los vientos del huracán Ike en el 2008 clasificó como la mayor pérdida en la zona patrimonial del Centro Histórico. Entonces conmovió la movilización popular para recuperarlo, como ahora duele esta imagen de destrozo.
Camagüey, Cuba, 16 oct.- La semana última causó revuelo en las redes sociales y fue comidilla de barrio la demolición de la fuente de los flamencos, en una de las entradas principales del Casino Campestre. Adelante comparte la versión de la historia, a partir del cotejo de datos, testimonios y lecciones por aprender todavía.
“No fue una decisión arbitraria, sino colegida con el órgano rector para este tipo de actividad: el Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria (Codema)”, afirmó a la prensa Tamira González, directora provincial de Cultura antes de recalcar que aquello “afeaba la ciudad Patrimonio de la Humanidad”.
Para llegar al consenso consultaron con los autores de la obra, el escultor Roberto Estrada y el arquitecto Alexis Souto, y coincidieron en lo disfuncional porque ya no cumplía el rol como espejo de agua, en lo deteriorado de las estructuras y en lo costoso de una reparación.
Según el secretario ejecutivo de Codema en Camagüey, Alfredo Fuentes, llevaban meses con ese proceso de deliberación de conjunto con “el Consejo Provincial de las Artes Plásticas a propuesta del Gobierno como de algunos artistas invitados que no son de la provincia y han estado presentando proyectos para el embellecimiento del entorno urbano de la ciudad”.
A eso sumó lo anacrónico de la gran estructura en la nueva concepción para el Casino: “no compaginaba con determinadas ideas contemporáneas acerca de lo que debería ser, limitaba el acceso, ha estado seca largo tiempo…”
Roberto Estrada al construir la fuente. Cerca de allí, hay dos esculturas suyas, Canto a la Paz (2002) y un busto del mártir Jesús Suárez Gayol (2022) Foto: Cortesía de Roberto Estrada
Contactado por nuestro periódico, Roberto Estrada confirmó:
“Ya no tenía arreglo, se iba a caer a pedazos. Yo peleaba cada vez que la pintaban con el color que tenían a mano. Diagnostiqué el deterioro desde hace mucho. Di la solución técnica y no la aceptaron por falta de materiales. Era necesario demolerla, aunque no ha sido un momento ideal para eso”.
Con la ilusión de que las letras de acero niquelado sean útiles para señalizar otra vez el parque, llevó a casa las piezas del cartel: “La fuente es parte de mi memoria. Si se le da al espacio una solución que reemplace, aspiro a que nos vuelvan a llamar, a Alexis y a mí, porque seguimos aquí, estamos vivos”.
En la respuesta del escultor salta a la vista un dato escondido. Que “nos vuelvan a llamar” indica la condición de obra por encargo: “La decisión de intervención fue gubernamental y política. Decidieron cerrar con la justificación de favorecer la actividad infantil. Fue una bronca aquello, porque truncaba el vial más rápido al Hospital Militar”.
Revisando el Adelante del 2000, el año de su construcción, encontramos varios reportes. El 10 de junio, Rolando Sarmiento publicó Luz verde para el vial del Casino:
“Por esa vía de acceso al Casino Campestre, estará prohibida la circulación de equipos automotores, lo cual ofrecerá una mayor seguridad para niños y adultos que acuden a pie o en bicicletas a ese oasis camagüeyano”.
En el texto da crédito al arquitecto Alexis Souto y caracteriza la obra como un “estanque circular de 10 metros de diámetro y una estructura de ferrocemento de seis -sin incluir el chorro de agua-, donde estarán señalizadas la flora y la fauna del mayor parque citadino del país”.
Se le llamó solución vial del Casino Campestre y la Carretera Central, ejecutada por la Empresa de Obras e Ingeniería-15, ECOING-15. A finales de julio, como consecuencia de “una efervescencia constructiva”, el fotorreportero Orlando Durán contó de la recuperación de la Glorieta, donde puso expertos y constructores la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC)
Al comunicarnos con José Rodríguez, director de la OHCC, este aseveró que para demoler se tuvo en cuenta el criterio de su institución, no así para la construcción. En otras palabras, aquello nació muerto por “lo inconsulto del emplazamiento, los problemas que generó a la circulación…” El directivo añadió: “El proceso no termina con la demolición, lleva un proyecto vial”.
Demasiado predecible el trágico final, indicaría otro artista por dos cuestiones tan simples y rotundas como el sentido común: “en ese lugar hay mucho tránsito, por tanto, mucha vibración, y esa escultura era de fibrocemento”.
Por los comentarios recientes, al parecer tuvo más detractores que adeptos, y sorprenden expresiones de intelectuales de la talla de Roberto Méndez al calificar la pieza de “un pegote en el paisaje”. Lo puso al comentar la publicación en Facebook de la pintora Ileana Sánchez. Ella toca del área los “caminitos encharcados, disparatadas islas peatonales, dificultad para pasar por los desniveles del pavimento, que si no miras bien te rompes un tobillo”.
En esa jungla del ciberchancleteo muchas personas han sido despiadadas con el malestar de los autores. Dieron pie al crítico de arte Pavel Barrios: “No celebro que se retire su obra, aunque no sea esta su logro más consumado. Y sí pienso que debía tratarse con más respeto y no como simple escombro”.
Intentando imaginar el proyecto sustituto, Estrada reflexiona a partir de la causa inicial: “No veo justificado reabrir el vial. El Casino logró reanimarse, aunque todavía quede su mal ambiente nocturno, pero cumplió el objetivo de mayor seguridad para el esparcimiento de los niños”.
El 14 de octubre del 2000, Eduardo Labrada hizo un recuento de las memorias de este bosque siempre verde, donde confluyen el río Hatibonico y el arroyo Juan del Toro. Su otra historia se cuenta desde el siglo XIX, por la arquitectura a imitación de proyectos europeos, símbolos como la Glorieta, la Gruta, los monumentos, la ceiba y el zoológico.
Dentro del programa de obras del 2000, la fuente fue el proyecto menos feliz, evidentemente. Ese año, la OHCC ejecutó obras colosales en el Parque Agramonte, la Plaza del Carmen e incluso en el Casino. No definiría la zona priorizada para la conservación del Centro Histórico Urbano hasta el 2002. En opinión de Jordi Tresserras, experto de la Universidad de Barcelona, nuestra Oficina logró un plan de manejo útil como herramienta para otras urbes. ¿Por qué no incidió, con su visión, en el caso de la fuente?
¿Por qué ni la OHCC ni Codema impidieron la colocación de las luminarias con pinchos? Todavía “afean” el Casino y avenidas a pesar de las quejas de artistas hasta en congresos? Fue más fácil culpar a la empresa de Comunales por incrustarlos como saludo al aniversario 505 de la fundación de la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe. Casi a coro, Tamira y Alfredo aseguraron a la prensa que esos guisasos horrorosos “también se van a quitar”. Igual mencionaron la convocatoria abierta por Codema desde el verano para propuestas de esculturas ambientales y murales.
La ciudad, sin dudas, necesita ser resignificada con obras de arte, en armonía con el entorno no solo de manera visual, como ha recalcado el culturólogo Luis Álvarez, “sino que también contribuyan al desarrollo espiritual de un pueblo”. Ahí ya están, por encargo de la OHCC, la Arcada (2020) del santiaguero José Villa Soberón -Premio Nacional de Artes Plásticas- en la Plaza de los Trabajadores, y El Liniero (2022) del villaclareño Tomás Lara -presidente nacional de Codema- en la escena del Museo Ferroviario de Camagüey.
Este tema nos lleva a otra cara del asunto: el cuidado de ese patrimonio, el poner en valor la obra de los camagüeyanos. Fue angustioso el proceso con la escultura del nuevitero Sergio Roque inspirada en Gertrudis Gómez de Avellaneda, y polémica su ubicación. Duele la pérdida de murales de Oscar Lasseria, Ileana Sánchez y Nazario Salazar, o que se responsabilice solo al artista de su conservación. Preocupa la desaparición de la escultura de Aisar Jalil emplazada en 1992 frente al Teatro Principal.
Lo que más alarma de la demolición de la fuente de los flamencos es que no hay nada claro ni decidida la solución -según quienes dieron la cara a la prensa en el intento de explicar lo sucedido-, salvo una meta borrosa para el aniversario 510 de la Villa. Peor aún, preocupan las políticas públicas surgidas por antojos. La improvisación tiene un peligroso aliado en el mal gusto de un “arte” kitch de figuritas y columnitas imperante en la población. Temo que nos acostumbremos a convivir con lo feo en ese espacio entrañablemente simbólico, donde otras generaciones tienen derecho a aprender a montar bicicleta y donde allí las parejas vuelvan a enamorarse.
(Adelante)