El cementerio oculto de la Iglesia de la Merced (+ Fotos)

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Septiembre, 2022.- Pocas veces uno pasa frente a la Iglesia de la Merced, de la ciudad cubana de Camagüey, y piensa en la muerte. Lo cierto es que antes de la inauguración del cementerio municipal, en 1814, los enterramientos se realizaban en pequeños camposantos al pie de las iglesias o en una cripta debajo del Altar Mayor.

En 1609, de guano y madera, fue fundado el Convento de la Orden de los Mercedarios, dedicado a Nuestra Señora de Altagracia, construcción antecesora del templo ubicado frente a la concurrida Plaza de los Trabajadores, y el cual es la mayor edificación religiosa de la provincia de Camagüey.

Por la evidencia de restos encontrados en el patio del convento es presumible que existió un cementerio adicional, pero hoy se conserva la cripta, popularmente conocida como “catacumba de la Merced”, el único lugar de este tipo abierto a las visitas del público, y con un museo con exponentes desde el siglo XVIII.

La amplitud de las puertas de la iglesia y la elevada altura del techo abovedado dejan afuera el intenso día para absorber solo la apacible luz que consuela a los devotos. Su esencia divina perdura mientras uno se acerca a la entrada de la cripta, donde se reduce la sensación de amplitud a una caverna pequeña y oscura, aunque iluminada para los visitantes por la luz artificial.

El templo ha tenido múltiples modificaciones, incluido un incendio profano que en 1906 destruyó al Altar Mayor y afectó al cementerio, situado debajo de este, pero con seguridad son los enterramientos de los siglos XVII, XVIII y principios del XIX lo que ha permanecido inalterable y es lo más inquietante.

Al entrar al local subterráneo ya se está caminando sobre algunas de las tumbas tapiadas, bajo el suelo, y aún quedan varias en las paredes, pendientes de exploración. Sólo están expuestos completamente los restos de una mujer de alrededor de 20 años y los de un bebé colocado en el mismo sepulcro, pero la osamenta del infante no parece corresponder a un hijo de la fallecida, sino depositada en esa sepultura para aprovechar mejor el espacio disponible.

Los huesos cercanos con sus historias, la presencia de piezas antiguas, como un sagrario de 1773, y el aislamiento que se siente en este espacio inducen, entre otras motivaciones, a una fuerte impresión de pasado.

La pequeña necrópolis está constituida por tres recintos rectangulares, comunicados entre sí por dos reducidas puertas de muy baja altura en forma de arco, a modo de pasadizo, por donde se debe doblar el cuerpo para pasar. El techo es cóncavo, y la ausencia de ventanas acentúa la sensación opresiva del local.

Imagino el olor a humo encerrado aquí a causa de las velas utilizadas por los enterradores y familiares de los fallecidos. Comparto la penumbra con ellos, y los supongo rezándole ahora al Cristo de realismo impresionante tallado en madera, o frente a la gran cruz de madera, de 1748, y la cual es el objeto más antiguo conservado en el museo, a excepción de los ladrillos desnudos de los muros, pertenecientes a la construcción original. No así los del techo, restaurado tras el incendio.

En este lugar yacen principalmente camagüeyanos ricos que pagaban para descansar inmediatos al Altar Mayor, muy cerca de Dios, en una época profundamente marcada por la fe cristiana, herencia de nuestros conquistadores.

Allí está también la lápida mortuoria más antigua conocida en la provincia, dedicada a Francisco Recio y Agramonte, con fecha de 1777.

Como en el resto de las iglesias de Camagüey, en la Merced se hacían las inhumaciones más numerosas durante repetidas epidemias, entre ellas, las de viruela, tifus, cólera y fiebre amarilla.

Los cadáveres se llevaron una parte de la historia de la ciudad, como los de aquellas personas que vieron las calles de fango de Santa María del Puerto del Príncipe (Camagüey) invadidas por las huellas de los ganaderos forjadores de los orígenes del San Juan, el cual en el siglo XVIII inició una de las tradiciones más perdurables y populares surgidas en la Villa.

Este es el cementerio oculto, bajo tierra, a unos metros del paso diario de los camagüeyanos por la Plaza de los Trabajadores.